The Shame

Laura Isola , Dotfiftyone art Gallery . , 2024

Revelaciones

Esta muestra de Cynthia Cohen exhibe el estado actual de su percepción del mundo y el modo en que hoy ella concibe la vida y el arte. Cada cuadro es una indagación sobre percepciones que le permiten proyectar hacia afuera dinámicas internas. Un proceso creativo que se emparenta con el “modelo interior” de Batlle Planas y las asociaciones libres del automatismo, pero con una resolución pictórica muy diferente. Es un viraje del Pop del consumo hacia un Pop metafísico, con rasgos del Camp y el Surrealismo por el uso de la extravagancia, el humor y el absurdo. Como lo define Susan Sontag, el Camp es “una sensibilidad; no es una idea ni un estilo, sino más bien una forma de ver el mundo”.

Sus relatos se arman con situaciones e imágenes que le van señalando este nuevo camino. Une de manera contradictoria diferentes elementos que provocan extrañamiento.2 El artista es aquel que señala, ampliando las posibilidades del cosmos con nuevas articulaciones de lo real, entendiendo que lo real es también lo que se oculta y que a veces se desoculta. Es lo que sucede en “Meditación”, donde la artista construye una obra en la cual se superponen infinidad de escenas y pensamientos fascinantes, sin una estructura lógica aparente. Hay fragmentos de un tapiz antiguo de Limoges, porciones de sashimis, peces, cielos, un cuerno de la abundancia y barras de hierro.

Las manos señalan y a la vez crean mundos paradójicos, como la escena de una esmeralda levitando arriba de una masa también verde, sobre un fonde de paisaje serrano. Es el señalamiento de la contradicción, donde lo absurdo es la base en la producción del discurso pictórico. En todo el Renacimiento encontramos las manos con el dedo índice que se dirige a lo que pareciera ser la interpretación del enigma. Un misterio para develar en cada relato.

Sentimos la latencia del erotismo en lenguas que salen de un empapelado donde prevalece el rojo, en una instalación con recreaciones digitales proyectadas en las paredes de la sala de la galería.

En otro cuadro, la sensualidad de lo gustativo se encarna en una lengua lamiendo una cereza con crema, aumentando de manera extrema lo sensorial con la belleza rara de una enorme piedra azul levitando sobre el paisaje.

Reaparecen las rocas, que Cynthia ya había usado en su primera muestra cuando las pintaba en grupo como piedras preciosas engarzadas en anillos. En aquel momento el contexto estaba ligado a una reflexión sobre el poder económico como alusión a la tiranía de la institución patriarcal. Esos primeros anillos se convirtieron después en criaturas protagónicas enormes, con joyas perfectamente pintadas de un rigor extremo en el facetamiento y brillo de cada alhaja.

Hoy las rocas están texturadas de manera expresiva, muy lejos del precisionismo de entonces. Ahora son parte de un viaje cristalino en el que fue encontrando otro objetivo en su identidad como artista. La convicción de que la obra activa algo inefable, eso que no tiene nombre porque no existe palabra para designarlo. Se sitúa en la línea
de poetas y místicos que se han esforzado por dar testimonio de experiencias trascendentes.
Por eso no podemos entender racionalmente lo que acontece en estos trabajos, sino más bien, ingresar en esas moradas que nos propone la artista. La historia del arte en varias ocasiones trató de manifestar la dimensión metafísica, como en los trabajos de Hilma af Klint, Malevich o el argentino Xul Solar entre muchos otros.

Lo que hace tan original estos trabajos de Cynthia es que materializa estas ideas con una propuesta contemporánea, mezclando objetos de colores vibrantes sobre fondos del paisaje argentino. Y acudiendo, además, a su propia historia. Se reapropia de su autobiografía artística con nuevos significados.

Cuando pintó flores, al igual que en las joyas, sus “’Rosas” sugerían el éxito de la apariencia perfecta, abiertas en su máximo esplendor.

Hay la flor tiene sus pétalos caídos, está casi marchita y es la única obra que, en vez de levitar, necesita ser sostenida. Sin pudor, expone la caída y el registro melancólico de la etapa final.

Los finales, como las despedidas, son encuentros. Celebro este encuentro de un nuevo rumbo en la obra de Cynthia Cohen. Que ya estaba desde sus inicios, pero que hoy pudo manifestarlo. Pienso en la historia del piloto inglés que, habiendo calculado mal su derrotero, descubrió Inglaterra, bajo la impresión de que era una ignorada isla del mar del Sur. Y cuando plantó bandera, había por fin llegado a su propia Patria.

Cynthia descubrió en Cruz Chica la llave que abrió el portal de un nuevo sentido. La creencia en el arte como una revelación trascendente y espiritual.

Laura Batkis, Buenos Aires, 2023

Instantáneas de un edén posmoderno

Nos dominan el espectáculo, la exaltación y el vértigo. Cynthia Cohen se mueve en un ámbito cuya ley a perdido el juicio de las proporciones y sólo se regula por el placer y los sentidos. Sensualidad que expulsa la materia creada, liberando endorfinas de color fluorescente.

Lo artificial y lo saturado resuelven estas imágenes rotundas y pregnantes. Animales y criaturas gigantescos, bellos y juveniles supermodelos urbanos son el portal de entrada a una red de estímulos visuales que se despliegan a través de sus cuadros. Son las instantáneas de un edén posmoderno que deja al descubierto el efecto cascada de vacío al infinito. Así las imágenes, portadoras de texturas significantes, se yuxtaponen obedientes a los límites del cuadro. Lo inconmensurable, ahora cercado a su perímetro, perturba y nos somete a una tensión seductora. Pues sus figuras descomunales parecen rebosar o remitir a una órbita mayor, ¿el afuera? Pero aun así, todo se dispone al campo de la visión humana: “todo” nos atrae, “tanto” nos promete, en exceso, como una psicodelia.

Si contemplamos su obra anterior, pareciera otro el registro y entonces, recapitulamos. Sus pinturas introspectivas y silenciosas se resolvían en una monocromía delicada, de orden riguroso, casi ascético. Pero ahora, su obra provoca, hace ruido. Disrupción que es vía indirecta de una misma indagación que Cohen no ha abandonado. Aún más, muchos recursos plásticos de su producción anterior están presentes en estos cuadros, como el uso de la técnica plana, los elementos gráficos y el diseño. Pero ahora ella fuerza su lenguaje hasta el límite, desafío que compromete el placer y la libertad de pintar. Pintar, aun desde los márgenes de un mundo freak cuya comunicación es fractura e imposibilidad; un mundo cuya normativa es la sobreinformación, los rótulos y las consignas.

Estamos inmersos en un sistema donde el poder de elección y el deseo individual se pierden en la vorágine de lo inasimilable y fugaz. Entonces, ¿Cómo comunicarse o pintar sin intentar una disrupción mayor? Para ello, habrá que transgredir el orden de los mensajes, enloquecer las imágenes y disgregar. Pero Cohen, además, elige pintar. Y en esta instancia de puro placer y libertad, el orden de las formas se fragua en la materia. Allí, donde la pintura deja huella, chorrea y gesticula.

Pintura que es mancha o autoafirmación salvaje de la existencia; pintura que es tacha o negación violenta a un positivismo edulcorado.

La elección de Cynthia Cohen es osada. Sus pinturas oscilan entre el candor y la violencia, dejando a la intemperie el reflejo de nuestra propia vulnerabilidad. Amorosa osadía, pues lo entrañable se dedica, de soledad a soledad, sin estado de prevención.

Patricia Pacino, Daniel Maman Fine Art

Bomba de Brillo/Espectacular

El culto a las imágenes es tan antiguo como nuestra existencia en la tierra. Salteemos las menciones a las cuevas de Altamira y la forma humana del Olimpo griego, porque no es necesario ir tan lejos. Los lazos atávicos devocionales se actualizan segundo a segundo en las infinitas imágenes retocadas con filtros y capas de photoshop que apuntan al corazón de nuestro deseo.
Las pinturas giratorias de Cynthia Cohen que componen ESPECTACULAR/ Bomba de brillo, hablan de eso mismo, del deseo; o mejor dicho, de la organización fabril que construye el deseo. Que haya elegido articular las imágenes de manera dual y fragmentaria no hace más que reforzar el punctum; el alfiler que se clava en las pupilas dilatadas por la excitación sin pausa que ofrece el mundo como catálogo infinito de mercancías disponibles para el consumo.
La euforia es hermana del desequilibrio, dicen las pinturas rotantes.

Una fiesta de comida, paisajes, animales y pinturas, que requiere ser vista en detalle.
Alimentos procesados pintados con la misma dedicación monástica que necesita un retocador de imágenes digitales; pinturas y fragmentos de tapices que replican puntos o pinceladas rápidas, texturas rugosas, géneros anacrónicos, impresiones industriales. Cada imagen es un prisma de lenguajes: Hiperrealismo, Pop, Impresionismo, fotografía publicitaria... Cynthia hace confluir en ESPECTACULAR/Bomba de brillo con notable ductilidad un abordaje culto y analítico acerca de la pintura; al mismo tiempo, lo hace de una manera accesible, familiar al emplear una serie de códigos visuales que forman parte de nuestra vida cotidiana. Es en este punto donde podríamos recordar la afirmación de R. Lichtenstein: “Cuanto más cercano es mi trabajo al modelo original, más amenazante es su contenido”.

Florencia Qualina, MARCO Museo de Arte Contemporáneo de La Boca, 2020

Pancalismo

En Pan Dulce Cynthia Cohen recrea una serie de obras de su abuelo, Juan Carlos Faggioli, pinturas de pequeño formato dedicadas a retratar orquestas, interiores y naturalezas muertas realizadas sobre finales de los años 60' y mediados de los 70'; cuando desde hacía mucho tiempo gozaba fama de maestro de la pintura de caballete y se trenzaba en polémicas con los agentes de las vanguardias internacionalistas.

Cynthia retoma de manera minuciosa las imágenes que eran parte del paisaje de su infancia. Las pinta con fidelidad y capricho, en partes iguales. Sigue la paleta de colores, el ritmo de las pinceladas, replica la firma de Faggioli – emblema de originalidad y maestría – pero introduce una variación drástica: las pinturas son monumentales. Agigantadas, adquieren un nuevo giro, por momentos surrealista: pescados, huevos fritos y sandías están imantadas de un humor onírico, desconcertante. En otras escenas, brota un lirismo gozoso. Jarrones radiantes parecen decir, como F. Schlegel “Sabemos con certeza que vivimos en el más hermoso de los mundos”.

Si las pinturas de Faggioli son contenidas y se inscriben dentro de una tradición académica que defienden con tenacidad (sus batallas con Romero Brest son ejemplares sobre un posicionamiento reactivo frente a la avanzada juvenil), el trabajo de Cynthia sobre ellas es una operación conceptual acerca del género bodegón/naturaleza muerta. Es en el desvío de la copia donde aparece la singularidad, cierta clave que las define. Con la extensión que ganaron se vuelven desmesuradas, carnales, también invierten el inmemorial mandato que destinaba a las mujeres la realización de obras pequeñas. El gran formato para una artista mujer, es siempre una conquista territorial.

Faggioli, el anarquista, viajero, polemista, melómano, tuvo múltiples distinciones durante su larga trayectoria en el arte. Una muy notable fue recibir de manos de Eva Perón el Premio del XL Salón Nacional de Bellas Artes por la obra Pan Dulce. Otra, tan memorable como antagónica, fue contar con un prólogo de Jorge Luis Borges, llamado DE LA PINTURA, para una de sus exhibiciones. Allí escribió: “Todos los seres luchan con el tiempo, que finalmente los destroza y olvida; los más lo ignoran, porque les falta la conciencia del tiempo.

Ya Séneca observó que los animales viven en un presente puro, sin antes ni después; ya Yeats, partiendo de la filosofía de Berkeley, acuñó su espléndida línea: El hombre ha creado la muerte. A semejanza de las otras artes, la pintura es un medio, quizá el más eficaz y tangible de rescatar algo de lo que se llevan los siglos”. En su revisión de la lengua familiar, Cohen sigue, de alguna manera, ese camino. Volver al pasado, para inventarlo otra vez.

por Florencia Qualina, Galería Pasto Brasil, 2019

Todo sobre mi madre

La última vez que almorzamos en el taller le mencioné que veía el lugar muy desordenado. Siempre está un poco desordenado, lo esperable. Pero esta vez había algo distinto, algo en ese desorden que me inquietaba.

En vez de la típica sucesión que daba cuenta de la idea de serie, ahora las obras estaban desparramadas y superpuestas: sobre una banqueta había algunas telas llamativamente pequeñas para el formato habitual de la artista que mostraban formas planas en colores brillantes; un caballo posaba serio en otra tela de tamaño medio y un diamante enorme, gigantesco, oficiaba de telón de fondo. En cada una de esas pinturas se podían percibir huellas de un lenguaje todavía no agotado. Las obras en conjunto funcionaban como una suerte de cadáver exquisito, un desorden dentro de un orden, en donde al comienzo y al final siempre estaba la pintura.

En los espacios que habita Cynthia Cohen la norma desaparece. Alejada de las recetas del arte contemporáneo, en esta muestra la artista nos presenta un repertorio de objetos a modo de collage, una actualización de sus imágenes deseadas. Parece una selección arbitraria, y a la vez no hay nada elegido al azar. Sus figuras siguen siendo limpias y satinadas, esas que generan un efecto directo sobre el espectador, un “wow” inmediato, pero ahora ellas han sido remixadas cuidadosamente.

Ese desorden parece funcionar como una suerte de transición hacia otro lugar todavía incierto. Quizás ahí radicaba mi malestar al entrar al taller. Ha dado una muestra sin consignas, en una época donde las consignas se nos aparecen por todos lados. Cynthia Cohen respetó una vez más el placer que siente al pintar, el vértigo que trae la libertad, el hacer más como pregunta que como certeza. Ahora que lo pienso, siempre fue así. Se los digo yo que la conozco bien.

Natalia Malamute, Galería del Paseo, 2019

La señora de los anillos

Para explicar que todas las personas son de naturaleza injusta, Platón utiliza la leyenda del anillo de Giges. Pone en boca de Glaucón, la narración de la historia de este pastor así llamado que tras una tormenta y un terremoto encontró, en el fondo de un abismo, un caballo de bronce y un hombre muerto. Ese cuerpo tenía un anillo de oro y el pastor decidió quedarse con él. Lo que no sabía Giges es que era un anillo mágico. Que cuando lo giraba en su dedo, lo volvía invisible. En cuanto hubo comprobado estas propiedades del anillo, Giges lo usó para seducir a la reina y, con ayuda de ella, matar al rey, para apoderarse de su reino. El libro II de La República contiene este relato que sirve para demostrar que sólo somos justos por miedo al castigo de la ley o por obtener algún beneficio por ese buen comportamiento. Si fuéramos "invisibles" a la ley como Giges con el anillo, seríamos injustos por nuestra naturaleza.

“Tres Anillos para los Reyes Elfos bajo el cielo. Siete para los Señores Enanos en palacios de piedra. Nueve para los Hombres Mortales condenados a morir. Uno para el Señor Oscuro, sobre el trono oscuro en la Tierra de Mordor donde se extienden las Sombras”. Esta es la versión de J.R.R. Tolkien en El Señor de los Anillos que, con la complejidad de una saga inmensa e intrincada, destaca que el Anillo Único parecía un anillo normal de oro pero era inmune a toda forma de destrucción, a excepción de los fuegos del Monte del Destino, el volcán situado en la tierra de Mordor, donde fue forjado por Sauron. Era posible identificarlo sometiéndolo a un calor intenso, ya que de esta forma aparecía una inscripción en lengua negra de Mordor, escrita en caracteres tengan tanto en la cara interna como externa del Anillo, y que simboliza su poder de control sobre los demás anillos de poder: “Un Anillo para gobernarlos a todos. Un Anillo para encontrarlos, un Anillo para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas.”

Enfrentarse con anillos, entonces, es hacerlo con sus capacidades mágicas; esas que le vienen del círculo como forma perfecta. Además con los juicios que se desprenden de sus cualidades: el poder absoluto que bajo la forma de lo invisible o lo indestructible pone al hombre en situación extrema.

De esos dobleces están hechos los anillos en los cuadros de Cynthia Cohen. De la perfección de la superficie facetada de las piedras que los componen. Esos reflejos que son asombrosos. De ese tamaño, de esa escala desorbitada, que los arroja fuera de lo humano: son joyas para manos de monstruos. Enormes piezas engarzadas con la ambigüedad de lo bello y lo abyecto vuelven para exhibir sus misterios escondidos. En ellas, incrustación de lo bueno y lo malo. Relucientes al consumo y opacas en sus significados: los compromisos, los regalos, los chantajes, las venganzas, las promesas.

Una composición que todo lo contiene. Que alude al infinito con su circunferencia, a las sagas que lo usaron como talismán, a la leyenda del rey que llevaba uno con la frase “esto también pasará”, antídoto contra la desesperación de algún tiempo, y al que se forjó el nibelungo con el oro del lecho del Rhin para tener el poder supremo.

O el del Capitán Beto, chófer de un paseo existencial por una ciudad perdida. Porque: “su anillo lo inmuniza de los peligros/pero no lo protege de la tristeza/surcando la galaxia del hombre/ahí va el Capitán Beto, el errante./Tardaron muchos años hasta encontrarlo/el anillo de Beto llevaba inscripto/un signo del alma.”

Laura Isola, Galería van Riel, 2016

El Resplandor

Nunca escribí el texto para una muestra aunque me lo pidieron muchas veces y tampoco lo hubiera escrito en esta ocasión si la artista y el sujeto de la obra no me fueran tan cercanos.

Un día Cynthia pinto un gallo de gallinero…
Y poco después, al verlo, yo le hable por primera vez de los gallos de riña.
Con mucho énfasis, seguramente, porque a los pocos días ya estábamos hablando…de una muestra.

Los gallos de riña no podrían serme más cercanos. Hacen parte de mis recuerdos más remotos.
Mi padre era, es todavía, gallero.
Nací en una casa en cuyos fondos había un galpón/stud, un galpón con jaulas numeradas y una valla de cuero en el centro.

Los sábados por la mañana, mi tío Juan, único hermano de mi padre y también gallero con stud propio, venia a mi casa para “hacer tirar” a las galladas mutuas.
Eran combates de entrenamiento, para cebar el instinto de los animales celosamente cuidados.
Eran combates sin sangre y sin muertes, porque las púas y los picos se cubrían con “tapones” y “piqueras”.

En mi casa nunca hubo riñas verdaderas.
Las riñas verdaderas eran los domingos y eran lejos…
En Esperanza, en Concordia, en Lavanda, en las Termas, en la Fiesta del Señor de los Milagros en Salta.
Yo muy rara vez entre al galpón.
No me gustaban los gallos ni las riñas.

No descubrí hasta muchos años después la importante tradición y cultura que llevan consigo.
Y las valiosas enseñanzas para la vida que podían, pueden, adquirirse observando al gallo y siguiendo las alternativas de la riña.
La cultura de gallería tiene una infinidad de sabidurías y de códigos transportables a la vida humana.

La valentía, la nobleza de morir dando pelea…
Todas esas cualidades del gallo en la riña son paralelizables con otras del hombre en la vida.
Hay gallos que mueren tirando picotazos y hay otros que abandonan el combate y dejan al adversario victorioso en la arena.
Y hay hombres que, también, hacen una u otra cosa.
Lo aprendí muy chico, en el galpón del fondo de mi casa.

Hoy, Cynthia me ofrece la extraordinaria oportunidad de recordar mi infancia desde este inesperado ángulo.
De reconocer el importante valor de cosas de las que fui testigo indiferente.
Y también, de tender un nuevo lazo hacia mi padre y su mundo, que todavía hoy me resultan tan lejanos y extraños.

Alberto Sendros, PrismaKh, Buenos Aires, 2015

Cacatúas

And all around the night sang out
Like cockatoos
(The Cure, 1987)

Entro al estudio de Cynthia a oscuras y en su ausencia.
Cuando la luz invade la sala, una coreografía de cacatúas monumentales se despliega con la gracia y la picardía de los primeros musicales en Technicolor.
Espectador privilegiado, me detengo frente a cada una de estas cacatúas (en realidad son pinturas al óleo de unas figuritas de cerámica esmaltada que representan a estas aves) y las reconozco, con sorpresa, dentro de la tradición del pin-up: esas imágenes de chicas en actitudes provocativas o sugerentes que aparecen en calendarios, por ejemplo.

Como no puede ser de otra manera, vienen a mi memoria y en tropel las “Chicas Vargas”, mujeres irresistibles retratadas con maestría por Alberto Vargas (Perú, 1896- 1982).

El trabajo de este gran dibujante consistía en transmutar la monumental belleza carnal de sus modelos en papel. Gracias a él, los soldados estadounidenses que marchaban a la Segunda Guerra Mundial se sintieron acompañados por estas señoritas que viajaban con ellos reproducidas en naipes, revistas y posters.

De alguna manera, la sensualidad se convirtió en un amuleto de buena suerte; en una belleza protectora.

Cynthia Cohen logra con esta serie la misma alquimia, pero revirtiendo el proceso: En primer lugar, rescata imágenes de pequeños objetos de vitrina que alguien se encargó de modelar, reduciendo en mucho la escala original de las vistosísimas aves. Luego, como delicado gesto hacia ellas, amplía esas imágenes hasta lograr una exuberancia tal que les da a las mismas la seguridad necesaria para que flirteen con nosotros desde sus telas.
Porque ahora ellas son cacatúas pin-up, claro está.

Alberto Passolini, Galería del Paseo, Lima, Perú, 2014

El cielo bajo tus pies

Los habitantes de los paisajes de Cynthia Cohen, al igual que la paloma equivocada de Rafael Alberti que “creyó que el mar era el cielo”, son metáfora de extrañas circunstancias existenciales. El mundo se ha dado vuelta, ha pegado un giro gigantesco mientras los personajes permanecen de pie, mirando hacia el frente en su posición habitual. El descalabro se percibe de inmediato: la tierra ocupa el lugar del cielo. Pero nuestra mirada se demora en los protagonistas: el oso, la liebre, el ciervo, la oveja flotan en el espacio. Ellos dominan la escena.
El inquietante planteo que formula la artista, finalmente se intuye.
¿Cómo eludir la desorientación, el desconcierto, la perplejidad de esos seres en su entorno trastocado? ¿Dónde irán a refugiarse cuando llegue la noche?
Las obras de Cynthia Cohen permiten adivinar cambios en el campo infinitamente amplio que nos alberga.

¿Dónde estamos cuando decimos que estamos en el mundo? La pregunta no es nueva: la formuló Martin Heidegger hace décadas.[1] Pero más allá de la trascendencia que haya tenido entonces este interrogante, el actual devenir de la humanidad le ha otorgado renovada vigencia. Amanece en un horizonte sembrado de dudas. ¿Estamos en la tierra o suspendidos en medio de la nada, frente a un abismo que no nos atrevemos a ver?

Cynthia Cohen toma distancia, exhibe sus animales ensimismados con cierto cinismo, pero también con piedad. La gracia del sujeto y su estupor resultan conmovedores. Así, el trasfondo del problema se advierte a través del absurdo: falta –ni más ni menos- que el punto de apoyo, un atentado a la ley de la gravedad.
Entretanto, la parodia es un juego que permite encarar con una sonrisa una cuestión dramática. Detrás de la parodia se esconde la tragedia.

El destino de estos animales en medio del vacío y sin más soporte para afianzarse que el cielo insondable, está en suspenso pero se vislumbra fatídico. A pesar de la incertidumbre, el color, las superficies de los cielos azules, los verdes intensos de los bosques y el ocre de las montañas nevadas configuran paisajes casi idílicos, ajenos a la oscuridad del tema. Cohen ha encontrado el modo apropiado para relatar su historia y atrapar la atención del espectador, sin renunciar a la complejidad conceptual del significado.

Para comenzar, los modelos que retrata son pequeños juguetes infantiles. Al ser transportadas a las grandes dimensiones de los cuadros, estas breves figuritas mantienen rastros de la ternura que inspira el original. Luego, el cambio de escala de la imagen y los difíciles incidentes que a los muñequitos les depara la suerte, generan un clima de irrealidad. Así se potencian los gestos paródicos.

La artista apela al sentido común del espectador, lo sacude con una evidencia básica. Algo está mal. El mundo está al revés y quienes lo habitan no atinan a moverse. Pero las víctimas no son humanas, son simples animalitos. Es preciso destacar que el sentido de las obras cambia según sea la perspectiva del observador, su sensibilidad y, más que nada, la posición que ocupe en el universo, en este territorio donde, sencillamente, desde el nacimiento a la muerte deberíamos sentirnos en casa. Si el abismo del cielo se adivina inconmensurable, tampoco hay límites para la interpretación de estas imágenes intrigantes.

Ana Martínez Quijano, Galería Praxis, Buenos Aires, 2014

Monumentos ingrávidos

....Cohen abolla el mundo y en vez de arrojarlo al cesto lo distingue luminoso sobre el cosmos preexistente sin fisuras agobiantes.

Estos detritus gangliformes, inferiores al perímetro del átomo, son abarcados en el cuadro como no lo consigue ninguna lente; brotando en la mirada golosa una razón para el holgorio: la vida.

Renato Rita, Galería Del Paseo, Uruguay, Punta del Este, 2014

Una acción para la amistad

Ahorrar la impregnante causa bélica del discurso desorientado, es tarea que sólo la desvelada y atenta dimensión del arte logra. Apartado de toda beligerancia inconducente, el inefable arte, se afirma en el original tratamiento que la artista recrea; como siempre Cynthia nos trae una noción original para el optimismo y la esperanza, sin abandonar su enfática crítica.

Centro Cultural Recoleta, Buenos Aires, 2014

Penteración en el medio

Cohen se detiene sobre la materia en movimiento y va apretando stop en cada imagen, para hacernos ver el proceso en que las cosas pierden sustancia para retomar el rumbo hacia la próxima forma.

El proceso se ralentiza en cada cuadro, como en una película que ha sido despedazada pero cuyo relato se puede inferir con las pocas imágenes que sobrevivieron.

Nada es súbito en un desmoronamiento, pareciera decir ésta y todas las obras de Cohen. Todo responde al modo de su descomposición. De ahí su espesor, su hondura y su presencia.

Museo Macro, Rosario, Argentina, 2013

Deforme

Todo comenzó con un sí.

Cuando Cynthia Cohen aceptó la idea de Máximo de armar un equipo de trabajo con Teo, para hablar de su obra e intentar ponerle un nombre a las cosas. Pensar en palabras y que aparezcan solas las obras que armen el guión de una muestra.

Y fue así como se trabajó.
Buscando en la obra de Cohen aquellos rasgos que con el tiempo fueron llegando y quedando.
Más allá de los modismos, las escuelas o los aparentes discursos.
Más allá de la comodidad que produce el nombre que eligen los otros para señalarnos.
Con la mayor libertad que nos fuera posible, intentamos ir sacando, capa por capa, la piel de la superficie.
Y pudimos ver como, quebrando las mismas leyes preestablecidas en los roles de trabajo, iba brotando la lógica interna en base a las preguntas, muchas de ellas sin respuesta, por fuera de la misma obra.

Deforme es el producto de esta investigación.
Con obra que nos parecía importante volver a ver, otra inédita aquí y algún indicio de lo nuevo, fuimos rescatando el gesto que vuelve una y otra vez en la obra de Cohen.

La falta de uniformidad en sus modos de decir.
La monstruosidad y el estallido.
La belleza por defecto.
Los rasgos de aparente realidad.
Que hacen de su obra un aparato de extraña naturaleza. Orgánica y dura. Como esas presencias erráticas que van cambiando de forma, de acuerdo a quien las mire.

Teo Wainfred, Máximo Jacoby, Centro Cultural Ricardo Rojas, Buenos Aires, Argentina, 2012

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Teo Wainfred, , 2011

Candy Crush

Las obras de Cynthia Cohen son impactantes. Los tamaños grandiosos y sus superficies extremadamente pulidas, accionan como señuelos. Nuestra propia escala podría perfectamente sumergirse en ellas, y así convertirnos en un símbolo más de su relato fantástico.
En cada serie, un objeto cotidiano se transforma en fetiche y es cuestionado hasta el silencio. Una muñeca, un animal, un pedazo de masa coloreada de esas que usan los niños, ocupan el centro de la escena, y nosotros atónitos intentamos entender qué hace que estas imágenes sean tan adictivas.

¿Es la ausencia? ¿Es la escala? ¿Es la magia? Cohen transita su producción con solidez, usa tela y óleo, y combina elementos como preparando pociones que pronto van a estallar.
No es una alquimista; la transformación no se da en la mezcla sino en la coexistencia.
Los elementos que finalmente quedan fijados en la tela parecen escapar del soporte, y como un pop up macizo intentan acercarse a la punta de la nariz de quien los mira eclipsados.
La operación de pintar repetidas veces una misma cosa va construyendo dimensiones de una realidad a medida. El recorte lacerante de las figuras, con movimientos exagerados entre una obra y otra, provocan tensión y alarma.

Como en toda fantasía de un mundo feliz, el color hace el truco de remate. La vibración que elige la artista para cada figura acumula energía. La inexistencia de las sombras hace que los elementos se encierren y se concentren como si fueran caramelos de gruesas cortezas azucaradas.
Las formas se agrandan y lo que tenía una dulzura inocente se vuelve apariencia; detrás subyace un estado de violencia latente, un siniestro contenido.
El brillo puro de esos personajes gigantes dan cuenta de que no hay vuelta atrás: es imposible empequeñecer y pasar por la madriguera de Alicia.

Herminda Lahitte, María Lightowler, Silvina Pirraglia,

Poderosa Afrodita

Con sarcasmo altruista nos plantea Cohen este interrogante fashion pop:
¿Nos divertimos o consumimos?...
para que esta injerencia se active, la artista ocupa la mente distraída con otra distracción que supere en intensidad lo amorfo del significado inútil.
La plena disolución de la metáfora arruina el panorama hermenéutico; y lo que queda dice: no hay camino, y esto no es una pauta psicoanalítica; por eso Cynthia, propone la posta: “el arte no es realidad”.
Así, desasida de una peregrinación al encuentro espiritual, espera, con inadecuada paciencia, la gloria mortal sin consumar otra cosa que no sean añadiduras sobresalientes de aspectos ineficaces.

Renato Rita,

Sin Palabras

Desde Keep it clean, su primera muestra individual con las mujeres limpiando obsesivamente su casa, Cynthia Cohen describe el complejo universo de la subjetividad femenina. En Sin palabras, la muestra que hoy presenta, la artista deja de lado el rigor geométrico de aquellos inicios y elije un tono sarcástico partiendo del humor parodial. En este sentido se apoya en el lenguaje que usó su maestro Pablo Suarez, para comentar sin concesiones el movimiento de cintura desbordado que pareciera que hay que hacer para no caerse del mapa y seguir jugando. Así surgió su “Movimiento exagerado para la conquista”, un trabajo casi mural en sus 2 metros, donde una mujer se dobla a un punto extremo para poder conseguir esa mirada tan anhelada de un ser que a veces solo existe en el imaginario virtual de un mensaje de texto. Del desdoblamiento viene el salto y como una hoja en el viento sus personajes empiezan a revolotear entre pinceladas de colores. La elección del tono humorístico le permite evadir el discurso crítico y mantenerse al margen de la queja. La risa, con su carácter universal, fue siempre un arma poderosa para abolir provisionalmente las relaciones jerárquicas de los sistemas opresivos. Aun de la sutil cárcel que cada uno se arma. La ambivalencia del humor permite que la artista establezca un juicio sobre la realidad comentada de manera oblicua, distanciada, con una fuerza regeneradora que provoca en el espectador una reflexión profunda sobre aquello que en un primer momento le resulta cómico. Hay un clima de psicodelia pop que atraviesa la muestra, que fue pintada con la inspiración de la música y el movimiento son 2 pilares, que se evidencia en los fondos en apariencia caóticos pero muy precisos. Las figuras se destacan en un primer plano de ese torbellino y se despegan por la intensidad del deseo en sus múltiples piruetas para intentar adaptarse, conciliar, pertenecer y ser aceptado.

Para Cohen hoy la palabra es la imagen. Y el tema es la libertad.

Las muñecas vuelan pero no se confunden, vuelven a otro lugar cambiando de máscara, desdobladas, pero pareciéndose siempre a ellas mismas en su manera de ejercer la condición de moverse y cambiar. Y al ver la muestra uno piensa si todas esas posibilidades del ser no pueden convivir en uno, como en “El Gusanito” de Jorge de la Vega, que allá por los años 60 había comprendido que “el mundo tiene sentido si se mira decidido todo junto y de una vez. Y si la vida no se lleva repartida: un pedazo del derecho y un pedazo del revés”.
Laura Batkis

“He visto que todo afán y todo éxito en una obra excita la envidia del uno contra el otro. También esto es vanidad y atrapar vientos”.
Eclesiastés (IV)

Efímera, como la belleza en el pensamiento, es toda obra que recorremos y no nos conmueve; hasta que esto ocurre y nos sostiene intemporales. Quizás sobre una imaginaria muralla de Cartago podríamos concebir un espontáneo graffiti en el que leeríamos: “siempre lo mismo”.

Precisa es la manera en que Cynthia construye esta consideración instalando gozosa la inquietante pregunta a la que la belleza, cuando acontece, nos obliga: ¿estoy aún aquí?

Renato Rita, Centro Cultural Recoleta, Buenos Aires, Argentina, 2008

Entrañablemente

Evidentemente las circunstancias actuales trasuntan una perturbadora tensión.
Tanto los cataclismos naturales como los enfrentamientos religiosos nos ponen en la frecuencia primitiva: el origen, la supervivencia. Y, sin lugar a dudas, el componente vital más apto para relacionarse con esta perturbación es el instinto. Este complejo de reacciones exteriores y determinadas, comunes a todos los individuos de la misma especie y adaptados a una finalidad, de la que el sujeto que obra no tiene conciencia, el instinto según el diccionario, fue ocurrencia temática de Cynthia Cohen para esta oportunidad.

La intuición del instinto

La capacidad de intuir es un elemento constitutivo en la materia prima intelectual del arte; Le Corbusier sentencia que el arte contemporáneo es razón e intuición.

Rastro, huella, resquicio, celaje, términos algunos que tratan de advertirnos sobre imágenes propuestas por Cynthia, impregnándonos con el tono realista afianzado en la agobiante proporción del “cartel”; y así un hombre el búho, Eva inmanente y otras apresuran, en un primer movimiento, la textura inocente que el desmesurado cuadro nos narra. Una tenue atmosfera trágica merodea la apariencia gigante cuyo sentido está destinado a la forma en que nuestra intuición rescata el “encuentro” grotesco. Entonces se observa la lucha por un deseo de significado ante la autoridad significante de la imagen. Y es en esta apertura donde se filtra la instancia que la obra sostiene: la demoledora acechanza de la soledad, de la que el instinto nos previene. Este cálculo es de presencia recurrente en la obra de Cynthia, no por la representación, sino por la manera en que emplaza al espectador, situándola frente a lo fácilmente discernible, con una intensidad que lo deja solo entre el cuadro y su pregunta. Renato Rita S. XXI

Instantáneas de un edén posmoderno, por Patricia Pacino de Maman

Nos dominan el espectáculo, la exaltación y el vértigo. Cynthia Cohen se mueve en un ámbito cuya ley a perdido el juicio de las proporciones y sólo se regula por el placer y los sentidos. Sensualidad que expulsa la materia creada, liberando endorfinas de color fluorescente.

Lo artificial y lo saturado resuelven estas imágenes rotundas y pregnantes. Animales y criaturas gigantescos, bellos y juveniles supermodelos urbanos son el portal de entrada a una red de estímulos visuales que se despliegan a través de sus cuadros. Son las instantáneas de un edén posmoderno que deja al descubierto el efecto cascada de vacío al infinito. Así las imágenes, portadoras de texturas significantes, se yuxtaponen obedientes a los límites del cuadro. Lo inconmensurable, ahora cercado a su perímetro, perturba y nos somete a una tensión seductora. Pues sus figuras descomunales parecen rebosar o remitir a una órbita mayor, ¿el afuera? Pero aun así, todo se dispone al campo de la visión humana: “todo” nos atrae, “tanto” nos promete, en exceso, como una psicodelia.

Si contemplamos su obra anterior, pareciera otro el registro y entonces, recapitulamos. Sus pinturas introspectivas y silenciosas se resolvían en una monocromía delicada, de orden riguroso, casi ascético. Pero ahora, su obra provoca, hace ruido. Disrupción que es vía indirecta de una misma indagación que Cohen no ha abandonado. Aún más, muchos recursos plásticos de su producción anterior están presentes en estos cuadros, como el uso de la técnica plana, los elementos gráficos y el diseño. Pero ahora ella fuerza su lenguaje hasta el límite, desafío que compromete el placer y la libertad de pintar. Pintar, aun desde los márgenes de un mundo freak cuya comunicación es fractura e imposibilidad; un mundo cuya normativa es la sobreinformación, los rótulos y las consignas.

Estamos inmersos en un sistema donde el poder de elección y el deseo individual se pierden en la vorágine de lo inasimilable y fugaz. Entonces, ¿Cómo comunicarse o pintar sin intentar una disrupción mayor? Para ello, habrá que transgredir el orden de los mensajes, enloquecer las imágenes y disgregar. Pero Cohen, además, elige pintar. Y en esta instancia de puro placer y libertad, el orden de las formas se fragua en la materia. Allí, donde la pintura deja huella, chorrea y gesticula.

Pintura que es mancha o autoafirmación salvaje de la existencia; pintura que es tacha o negación violenta a un positivismo edulcorado.

La elección de Cynthia Cohen es osada. Sus pinturas oscilan entre el candor y la violencia, dejando a la intemperie el reflejo de nuestra propia vulnerabilidad. Amorosa osadía, pues lo entrañable se dedica, de soledad a soledad, sin estado de prevención.

Patricia Pacino de Maman, escritora, directora de Daniel Maman Fine Art

Renato Rita, Galería Daniel Maman Fine Art, Buenos Aires, Argentina, 2006